viernes, 2 de julio de 2010

FRAY FRANCISCO DE ARAUJO


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FRAY FRANCISCO DE ARAUJO

FRAY FRANCISCO FIDALGO DE ARAUJO Y CHAVES Era hijo del General Don. Domingo Fidalgo, familiar del Santo Oficio, restaurador de la villa de Chaves y de Dñª. María Francisca de Araujo Chaves y Teixeira, de la casa solariega de los Chaves conocida como “ Casa del perú” de la parroquia de Quizanes y del municipio de Verín.
Su nacimiento tuvo lugar en la casa de los Fidalgo y Chaves, que poseían en la Plaza Mayor de la villa, en el año 1.580, casa sobre la que pesaba un vínculo, establecido por su abuela Dñª. María Díaz Estévez del Villar y Ramírez de Vegel, casada con Don. Alonso Fidalgo, Corregidor de Verín en el año 1.561.
Estudió en el colegio de los jesuitas en Monterrey y cursando la carrera de derecho en Salamanca, solicitó el ingreso en la orden de Predicadores, vistiendo el hábito el día 5 de julio del año 1.601.
Falleció en el Convento del Rosario el día de San José, el 19 de marzo de 1.664, a los 84 años de edad, en la calle de San Bernardo en la capital de España.
Cinco años después de su fallecimiento, sus restos fueron transportados al convento de San Esteban en Salamanca, a petición del claustro de la universidad en donde había sido catedrático de Prima y Teología, hasta que fue nombrado obispo de Murcia y más tarde de Cartagena y Segovia, en cuyo obispado pidió a S.S. permiso para retirarse al Convento del Rosario en Madrid.
Enseñó teología en San Pablo de Burgos, hasta el año 1.617, en que pasó a desempeñar el cargo de profesor en la Cátedra de Teología en la universidad de Alcalá en el año 1.625.
En la reunión del Capítulo general, celebrado en Lisboa el día 5 de junio de 1.618, le concedieron el grado de Presentado o Bachiller en Teología, ratificado en el Concilio de Toledo, en junio de 1.621.
El 25 de abril de 1.627, reunido el Capítulo General, celebrado en Toro, se le graduó como maestro en Sagrada Teología y en el de Benavente, ya actuó como Definido de la provincia.
Fue Prior de San Esteban de Salamanca, desde febrero de 1.637 a febrero de 1.646, volviendo a ser reelegido dos veces más, a pesar de estar jubilado de la Cátedra de Salamanca, pero no quiso aceptar tan honroso cargo. La cátedra de la universidad de Salamanca, la desempeñó por espacio de 27 años. Después de su jubilación se retiró al Convento del Rosario en Madrid, pero S.S. le nombró obispo de Segovia el día 3 de enero de 1.648.
Mientras fue catedrático y lo mismo que cuando era obispo, conservó un riguroso espíritu de pobreza evangélica, al igual que lo había hecho en el convento.
Hay una anécdota que retrata fielmente su amor por la pobreza. En cierta ocasión fue llamado a Madrid, cuando regresaba de la Cátedra de Prima, para intervenir en la resolución de un asunto importante de inquisición, pero no pudo hacer el viaje por falta de recursos monetarios.
Verdadero padre de los pobres, a quienes visitaba con frecuencia en sus hogares, siendo obispo y entre ellos distribuía, todos los caudales que podía reunir, procurando que no trascendiese al público, de las limosnas que él realizaba y mientras hacia éste menester iba vestido de sacerdote o paisano, para que no le reconociesen, llegando en una ocasión a repartir entre los pobres 26.000 ducados, en el corto espacio de seis meses, mientras regentó la diócesis de Segovia, al igual que sustentó a su costa el seminario de los niños huérfanos. Solía sentar a su mesa diariamente un pobre. Su norma de vida de siempre la rectitud y la justicia.
Entusiasta cultivador de la virtud y la pobreza, no tenía pecunio, ni
depósito de ningún genero y vigilaba con gran atención, para que sus religiosos observasen con gran fidelidad este precepto. Era tal el amor a los pobres que él sentía, que pidió limosna en varias ocasiones a personas acomodadas, para poder satisfacer las necesidades de Las familias indigentes.
Siendo prior de Salamanca, cayó gravemente enfermo y no quiso recibir más visitas, que Las del médico y su confesor.
En la Cátedra, era cariñoso y afable con sus discípulos, a pesar de tener un carácter algo seco y poco comunicativo. Oraba siempre, que tenía tiempo, entre clase y clase, ante el Cristo de Las Batallas de la vieja catedral.
Según afirma el padre Araya, no tuvo semejante en Magisterio de aquella época y esto lo demostró, por el gran número de libros que escribió y fueron publicados: Comentario a Aristóteles, Opúsculo, Comentario a la Summa Teología del Doctor Angélico, Controversias Metafísicas, Consejos y otros varios tomos en tratados de Teología.
En una ocasión dijo el Duque de Medina de las Torres, que después de Santo Tomás, no había un teólogo más grande que el Padre Araujo, siempre acataba y seguía sus sabios consejos en los más arduos problemas de estado, de los que tenemos el siguiente dato histórico:
Cuando se trató de casar a la Infanta Dñª. María Teresa, que más tarde contrajo matrimonio con el Rey Luis XIV de Francia, con el hijo bastardo de Don. Felipe IV, eran muchos los que aconsejaban al monarca éste casamiento, pero consultado Fray Francisco de Araujo y obvias sus razones en contra, el Rey no quiso que se hablase más del asunto.
Años antes, al tratarse del matrimonio de la Infanta María, con el protestante Carlos, Príncipe de Gales, eran muchos los partidarios de éste enlace, pero el sabio consejo del padre Araujo, opuesto a semejante pretensión, influyó en el ánimo del Rey que rechazó tal compromiso sin más miramientos.
Con miras a sus interese, los judíos intentaron la reforma del Tribunal de la Inquisición, ofreciendo al Rey una cantidad fabulosa, sabiendo que las arcas reales estaban vacías y la necesidad era apremiante, valiéndose para ello de muchos grandes de España, que apoyaban dicha reforma, pero también Fray Francisco, volvió con su consejo volvió inclinar la balanza a su favor ya que el sabio Dominico, debió encontrar opuestos los intereses de su nación y la iglesia católica.
En otra ocasión el Tribunal de la Inquisición, le puso el dilema de la monja de Carrión Sor Luisa, cuya resolución se sometió a los dichos del padre Araujo.
El sumo pontífice Clemente IX, siendo nuncio de España, tenía formado tal concepto del padre Araujo, que al presentar su renuncia al obispado, rogaba a su antecesor en el pontificado Alejandro VII, que se la admitiese en atención a los méritos indiscutibles del anciano prelado, diciendo que era el hombre más grande que tenía entonces la iglesia.
Como digo anteriormente durante su grave enfermedad, siendo obispo, pedía a Dios que no le dejase morir en el Palacio Episcopal, pues deseaba morir en su celda del convento.
Al ser propuesto para el obispado de Cartagena, como era sacerdote muy sencillo, no aceptó el nombramiento, sino que aprovechó la ocasión, para presentar la renuncia a la diócesis de Segovia, basándose en su edad avanzada, lo que causó harto disgusto a todos sus diocesanos, singularmente de los pobres, que le amaban y veneraban con ternura, siendo admitida por el Rey, el día de San Agustín, 28 de agosto de 1.657 y por el Papa al año siguiente, el día de Santo Tomás 7 de marzo de 1.658, con la concesión expresa del Monarca, que residiese en Madrid.
Se retiró al Convento del Rosario, en la calle San Bernardo, donde falleció el día de San José 19 de marzo de 1.664. Su cuerpo recibió sepultura en un pobre y sencillo ataúd, que él mismo había mandado hacer, cuando fue nombrado obispo, quería tenerlo a la vista en su sencillo aposento y su entierro constituyó una verdadera apoteosis por la inmensa de todas las clases sociales que acudieron a su despedida, atraída por la fama de santidad de que gozaba y veneración que inspiraba el anciano Dominico.
Cinco años después de su muerte, al abrir la sepultura, para trasladar sus huesos al Convento de San Esteban en Salamanca, se halló su cuerpo integro y flexible, sin olor, ni señales de corrupción, a pesar de que los hábitos con que fuera amortajado estaban podridos y deshechos, cosa que se atribuyó al singular privilegio, de su santa vida y se tuvo por señal manifiesta del alto grado de gloria que gozaba su alma en la eterna bienaventuranza.
Refiere el Padre Fray Aurelio Pardo Villar, que cuando era estudiante en Salamanca, en los años 1.903 a 1.908, conservando el cuerpo del venerable Araujo en un sencillo ataúd de madera, colocado sobre estribos de hierro, en el frente del dintel en la puerta del trascoro, de la monumental iglesia dominicana de San Esteban, pudo contemplar un día a hurtadillas, con natural sorpresa y admiración la piel apergaminada del cuello y otras partes del cuerpo, que se hallaban al descubierto, un tanto carcomidas, por la acción del viento, del aire y del polvo que entraba por las grietas de la tapa del féretro, un tanto desencuadrado y que nadie se había cuidado de colocar debidamente.
La obra del insigne prelado verinense, en la preciosa sillería del coro primorosamente tallada, pagada con el dinero de la herencia de La Casa del Perú, por cuya razón se colocaron allí sus restos.
Como se deja dicho anteriormente, el sapientísimo teólogo verinense, legó a la posteridad, entre otros, sus extensos comentarios a la Metafísica de Aristóteles y a la Summma Teología de Santo Tomás de Aquino, en sus Opúsculos y en sus Decisiones Morales.
Vivió siempre pobremente, dada su sencillez y bondad, a pesar de que sus padres eran, tan opulentos que “pagaban al real fisco, todos impuestos y tributos de los vecinos de Verín, compitiendo en riqueza y estimación popular con el mismo Conde de Monterrey”.
Estas notas fueron tomadas de libros existentes en La Casa del Perú, a donde pertenecía la familia de tan ejemplar varón.
Verín a 25 de septiembre de 1.990 Manuel Fernández-Barja Sánchez

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